Por Camila Mondaca Luman, feminista, terapeuta ocupacional. Magíster en terapia ocupacional con mención en intervención psicosocial. Integrante del Núcleo Feminista de Terapeutas Ocupacionales e integrante de la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres.

La trata de personas es el tercer delito más lucrativo a nivel mundial después del narcotráfico y el tráfico de armas. Se considera que todos los países a nivel global están involucrados ya sea como naciones de origen, tránsito o destino de víctimas y supera con creces la magnitud de personas movilizadas durante el auge del comercio de esclavitud africana. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC por su sigla en inglés) en 2016, el número de víctimas reportadas a nivel global alcanzó su nivel más alto cuando se detectaron más de 24.000. 

A nivel mundial, los países que están detectando y reportando más víctimas de trata son los de Sudamérica. En el año 2018 se reportaron 1.796 víctimas. En Chile, la Brigada Investigadora de Trata de Personas (Britrap) de la PDI, señala que en los últimos tres años, las víctimas por este tipo de delito aumentaron en un 1.300%.

Es cierto que existe el tráfico de personas con diferentes propósitos, pero los estudios realizados hasta ahora nos indican que esta problemática es un crimen organizado en el que predomina un género con una finalidad: mujeres para fines de explotación sexual. El último informe global de la UNODC del año 2018 revela que el 72% de las víctimas detectadas a nivel mundial son de género femenino, de las cuales el 49% son mujeres adultas y 23% son niñas, y de todas ellas, el 94% fue tratada con fines de explotación sexual, aunque este patrón no es uniforme en todas las regiones . En el caso de Chile, según el Informe estadístico sobre Trata de Personas en Chile 2011–2018, se identificaron 228 víctimas, de las cuales 106 fueron mujeres adultas y en su mayoría, víctimas con fines de explotación sexual.

Si bien las cifras anteriores nos permiten visibilizar la problemática, ésta es imposible de cuantificar, pues se estima que de cada 1 persona que se identifica como víctima de trata, existen 20 más que no se han detectado y no se sabe dónde están. Este antecedente no solo nos indica la complejidad del fenómeno, sino también la dificultad de dimensionar el alcance y globalidad del mismo.

Patriarcado y Capital, alianza criminal

Desde el año 2010, las organizaciones que conforman la Plataforma Mercosur Social y Solidario consideran la trata de personas con fines de explotación sexual como un problema social que crece exponencialmente en la región, lo que pone en manifiesto la estrecha relación entre patriarcado y capitalismo, cuyos valores hegemónicos producen el actual sistema de socialización, en el cual se perpetúa la violación sistemática de los derechos de las mujeres. Esto entendiendo que la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual reduce la existencia vital de las mujeres a un mero objeto de consumo basado en el deseo masculino, como dice Esther Pineda “A la mujer se le considera un objeto, algo que puede ser usado, vendido, comprado, intercambiado, y por tanto, descartado; uso, venta, compra, intercambio y descarte que además siempre es realizado por los hombres, aquellos quienes se encuentran en condición de poder frente a estas mujeres y que se acreditan su propiedad” . En estas circunstancias, es evidente que la relación de poder es aplastante, ya que las mujeres son desposeídas de derechos y dignidad humana, bajo amenaza o coerción, obligadas y forzadas a continuar en esa situación de vulneración.

En contexto COVID-19

La perpetuación de la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual tiene múltiples factores, siendo los más determinantes por un lado que la demanda de prostitución en los países de destino sea mayoritariamente de mujeres, y por otro la feminización de la pobreza, ya que son captadas aprovechando su condición de precariedad y pauperización.

En los tiempos actuales, esta realidad preocupa de sobremanera, ya que la gestión gubernamental ante el COVID-19 no solo ha provocado crisis sanitaria sino también crisis económica en la mayoría de los países, y como consecuencia, las condiciones de pobreza y feminización de la pobreza están siendo aún más precarizadas, lo que permite facilitar la dinámica de la trata en cuanto a captación, transporte, traslado y recepción de víctimas. 

Frente a lo anterior emergen diversas preguntas: ¿cómo se están organizando las redes de trata para continuar operando? ¿qué sucederá cuando reabran nuevamente las fronteras? ¿las organizaciones sociales y feministas están en alerta? ¿están preocupados los gobiernos? ¿es prioridad en la agenda política?

Sin ir más lejos, y considerando las nuevas dinámicas sociales producto de las medidas de confinamiento y distanciamiento social, ¿qué pasa con las mujeres y niñas que ya son víctimas de trata? ¿dónde están? ¿en qué condiciones se encuentran? ¿están siendo protegidas o expuestas al contagio? ¿continúan siendo explotadas sexualmente? ¿de qué maneras?.

Ante este escenario tan incierto ¿qué podemos hacer?

Sin duda, hay más preguntas que respuestas, y la invitación es a continuar reflexionando, accionando y posicionándonos en relación a la explotación sexual de mujeres y niñas víctimas de trata, ya que esta, como parte del continuo de violencia al que estamos expuestas las mujeres sólo puede desarticularse con una perspectiva feminista que interpele a los diferentes dispositivos culturales que naturalizan y perpetúan las relaciones de poder patriarcal, y por ende la problemática de la trata.